Por María Alejandra Jerez
Licenciada en Psicología. Especializada en área clínica y laboral con perspectiva de género.
Comité Asesor, WiM Argentina
Esta nota pretende ser un llamado a la auto observación: sí, detenernos para mirar hacia nosotras mismas aunque sea unos minutos.
Primero, nos tomamos un respiro…
Ahora sí.
En nuestro hacer cotidiano desarrollamos modos y mecanismos para afrontar desafíos que sin darnos cuenta, silenciosamente, nos llevan a dejar de escuchar nuestras necesidades. Sin embargo muchas de estas necesidades son vitales: el descanso, el cuidado de nuestra salud, una buena alimentación, el placer, la socialización y el esparcimiento, por ejemplo. Sin tomar conciencia nos focalizamos prioritariamente en todas las obligaciones que demandan nuestros distintos roles: el rol de mujer profesional, el de trabajadora, madre, hija, hermana o esposa. Y así avanzamos, postergándonos.
El Dr. Antonio Ramírez plantea que las mujeres funcionamos a modo de “Yo auxiliar” siendo “reguladoras ecológicas de las necesidades” de los otros, particularmente de los hombres. Estas formas de brindar servicio nos fueron inculcadas a través del proceso de socialización a lo largo de nuestras vidas, pero pueden ser modificadas. Si somos conscientes de esta carga, podemos practicar y modificar muchas veces, de una manera sutil, nuestra vida cotidiana.
Actualmente lo personal y las demandas externas se han fusionado. Frente a la virtualidad se desdibujó el límite que permitía organizar los tiempos personales y los laborales; mientras que las horas para contactarse se desdibujaron trayendo en paralelo muchos otros cambios. Algunas modificaciones son positivas y otras no tanto, pero todas requieren de adaptación, de un cambio. Esa situación de permanente incertidumbre e inestabilidad genera estrés y debemos estar atentas. Frente a los distintos cambios de nuestro contexto, atravesado fuertemente por la pandemia, debemos “hacer” para cuidarnos a nosotras mismas.
Como psicóloga, en la Clínica puedo ver cuántos pacientes, y particularmente cuántas mujeres, sólo se detienen cuando se encuentran enfermas. Es esa tan escuchada frase: “Poder parar”. Solamente cuando el cuerpo se enferma y se está pagando un precio costoso, y la mayoría de las veces innecesario, es que nos detenemos a cuidarnos. Paradójicamente quizás no nos animamos a tomar dos días de descanso, dos días para nosotras mismas de manera preventiva, pero si nuestro cuerpo se enferma socialmente tenemos permiso para frenar.
Ante esto les propongo buscar un equilibrio tanto en la distribución de las tareas como en los tiempos de descanso: si hay una armonía entre la forma que se distribuyen las responsabilidades entre los miembros de la familia será un buen indicador. Estemos atentas a nosotras mismas.
Démosle a nuestras vidas un espacio para respirar.