Una historia que refleja la cercanía de la actividad minera con la vida diaria de muchos pobladores que, en contextos ajenos a los que se palpan en los grandes núcleos urbanos, ven en el “hacer minería” una posibilidad de conexión con la tierra y con sus raíces; un sentido de pertenencia que se traslada de generación en generación.
El relato de Belén Gamboa y la experiencia de su familia en La Rioja ofrece una mirada en primera persona del significado que tiene la minería en distintas regiones del país. Se trata de casos en los que se constituye como parte de un saber ancestral, de un conocimiento extendido con pasión desde los más adultos a los más jóvenes, y que logra generar una identidad propia en el seno de familias y comunidades enteras.
La historia minera de la familia de Belén se remonta a su bisabuelo, José Villalón, quien se mudó a Los Corrales, en la localidad riojana de Famatina, después de separarse de su bisabuela en 1980. Entre los seres queridos de Belén aparecen en primerísimo primer plano su abuelo Alfredo Villalón y su abuela Carmen Alicia Luffi de Villalón, su madre Laura, y sus tíos Gustavo, Marcos y Graciela.
José fue el primero de todos los mineros; un minero por necesidad y por adopción que, entre dulces y saladas, supo vivir en una cueva en la ladera de la montaña y lavar arena en el borde del río Amarillo para extraer oro. Falleció en 1989, no sin antes trasladar a sus más cercanos sus conocimientos en minería, en esos momentos concebida de una forma más artesanal y de pequeña escala, una tarea que le permitía autosustentarse y llevar una vida repleta de curiosidad, aun con algunas carencias.
Tras sus pasos, el abuelo de Belén, Alfredo Villalón, tuvo un negocio fallido y decidió probar suerte en la misma área de Famatina, siguiendo el recorrido de su padre. En 1986 se mudó a Los Corrales, y junto a su familia vivió en una carpa en lo alto, a unos 70 metros del río, hasta que una inundación destruyó todo. Luego se refugiaron en una casa de piedra con techo de paja y, nuevamente, la minería fue una salida que llevó a Alfredo a repetir la historia: también lavó arena para extraer oro y realizó rituales muy parecidos a los de su padre. Lo hizo junto a toda la familia, que participaba asiduamente del trabajo, incluyendo a la abuela de Belén, quien encontró una perla natural con incrustaciones de oro que fue donada al Banco Rioja y todavía está en exhibición.
El tío de Belén, Gustavo, ayudaba a Alfredo a lavar la arena, mientras que su tío Marcos era el encargado de viajar a Alto Carrizal, a más de 20 kilómetros, para conseguir los suministros necesarios. En aquel entonces, Graciela, la tía de Belén, tenía alrededor de 16 años, y pese a que la labor minera estaba principalmente reservada para los hombres, trabajaba con su abuelo y a la par de todo el equipo sin ningún tipo de limitaciones.
Luego, Alfredo obtuvo un permiso para realizar minería a cielo abierto, lo que implicaba utilizar una máquina para extraer material de la montaña, transportarlo en camión y lavarlo en el borde del río. Construyó una tolva rústica que separaba la arena del mineral, y el ministerio de minería provincial posteriormente le proporcionó maquinaria para facilitar el proceso de separación. Como una marca de época, el oro quedaba atrapado en un grueso paño de pana anunciando el éxito de la operación.
Una vez, Alfredo encontró una pepita de 700 gramos, y con la idea fija en crecer como minero, la donó al Municipio de Famatina a cambio de la promesa del alcalde de aquel entonces de ayudar a su pequeño proyecto, un emprendimiento que lograba conectarlo con su más profundo ADN aventurero.
Con el tiempo, la operación minera de Alfredo llegó a emplear alrededor de 20 personas, y la abuela de Belén, Alicia, supo ser quien preparaba desayuno, almuerzo y cena para todos ellos. Horneaba pan en un horno de barro y tenía una pequeña cabra que aprendió a decir «mamá» y que la seguía por todos lados. La tía de Belén, Graciela, tenía un conejo gigante llamado Pata-Pata que dormía con ella, y también tenían un burro llamado Rogelio que sólo caminaba cuando le daban manzanas. Vivencias alejadas del cemento y la efervescencia urbana.
Sin embargo, la vida en esa pequeña porción de mundo era muy desafiante. Comían berros que recolectaban en la orilla del manantial, donde también obtenían su agua potable. Allí, la madre de Belén decía que el mejor hielo se hacía con el rocío del manantial. Su abuela preparaba Ñaco, una mezcla de harina tostada, azúcar y agua para que comieran, y encontraban espárragos silvestres en la orilla del canal. Personal médico visitaba ocasionalmente la zona, y la abuela, que tendía sus camas y estaba atenta a cualquier detalle, los sorprendía por el orden y la pulcritud del lugar. Tampoco había electricidad, y para tener algo de luz usaban una lámpara de queroseno. A pesar de las dificultades, los Villalón encontraron formas de hacer que su vida funcionara y la minería fue uno de los lugares en los que pudieron encontrarse como familia, sellados por la misma identidad.
Años después, algunos miembros de la familia emigraron. Otros quedaron allí en La Rioja. La vida siguió con su ritmo imparable, aunque no logró desteñir el cariño de los Villalón por la minería, una actividad que los conecta con sus más profundos orígenes.
Alfredo Villalón falleció el 30 de abril de 2022, pero su amor por el cerro y la minería sigue vigente como una marca indeleble en todos sus seres queridos: “Nosotros, sus nietos, sabíamos que su vida estaba allí, entre los cerros. Cuando pensamos en él sentimos que ahí lo podemos encontrar, en esos lugares donde amó y donde nos enseñó su legado. Gracias a la experiencia de mi abuelo, mi hermano Marcos quiere ser paleontólogo y todos respiramos un poco de ese aire minero que nos atraviesa hasta lo más hondo. Aún está la casilla en Los corrales donde solía quedarse las últimas veces que fue. Él hizo las cosas con amor, y como suele decir mi abuela, lo que se hace con amor se recuerda con amor“. Precisamente así es que recuerda Belén a todos los de su sangre. Una historia de otro tiempo que se extiende hasta el presente y que está atravesada por la minería: una actividad que lleva adelante el hombre desde que el mundo es mundo.