La familia Huidobro-Lucesoli, con casi tres décadas de presencia en la industria, comparte sus vivencias en el sector y alienta a las nuevas generaciones a explorar las particularidades de la actividad minera, destacando “el gran sentido de comunidad que puede generar en la vida diaria”.
En 1994, hace 29 años, Facundo Huidobro comenzó su trayectoria en la minería como geólogo junior de exploración para una empresa subsidiaria de Mansfield Minerals Inc., con sede en Vancouver, Canadá. Ese mismo año se casó con Marie-Pierre Lucesoli, quien luego se incorporó a la empresa como gerente Administrativa y de Propiedad Minera. En sus inicios la compañía era pequeña y estaba dirigida por dos hermanos geólogos canadienses, con un equipo limitado en Salta y algunos prospectores, también oriundos de Canadá. El proyecto tenía una fuerte impronta familiar, y esta dinámica los involucró de lleno, incluyendo a sus cuatro hijos, en el mundo de la minería.
Para los Huidobro-Lucesoli, el mayor desafío en su trayectoria minera ha sido encontrar proyectos viables con un presupuesto limitado. Así lograron identificar y desarrollar el primer yacimiento de oro diseminado de Salta, que actualmente emplea a más de 1.200 personas en el noroeste argentino: la icónica mina Lindero, hoy en producción comercial. Sobre ese hito, Marie-Pierre menciona que trabajar en un campo desconocido y lleno de incertidumbre y acompañar el proceso de construcción del proyecto ha sido uno de sus mayores desafíos.
“El gran logro detrás de esta experiencia ha sido la capacidad de la familia para trabajar juntos, disfrutar de los buenos momentos y superar los desafíos con perseverancia”, precisa Facundo en ese sentido. Para ellos, su paso por Lindero ha sido una oportunidad de crecimiento y aprendizaje compartido, una vía de identificación personal y familiar.
A partir de sus vivencias, Marie-Pierre y Facundo suelen animar a parejas o familias que transitan situaciones parecidas a las que ellos vivieron a apostar por la minería, pero siempre sin perder de vista lo humano: “Es importante establecer límites entre el trabajo y la vida cotidiana, poder separar las cosas y saber que, si bien la actividad ocupa una gran parte del día, no es lo único en lo que uno debe enfocar su atención y su tiempo”. En su caso, y pese a que la minería sea “cosa diaria” para la familia, acordaron hablar de trabajo solo durante el horario laboral, de lunes a viernes, lo que les permitió disfrutar juntos sin la presión constante del empleo.
También señalan la importancia de involucrar a los hijos en la industria, llevándolos a visitar los proyectos mineros y campamentos para saber de qué trata el sector desde etapas tempranas. “Esto ayudó a los niños a comprender mejor la profesión de su padre y a sobrellevar mejor sus largas ausencias”, explica Marie-Pierre.
Cuando se trata de hablar a sus hijos o a otros adolescentes interesados en la industria, alientan a las nuevas generaciones a explorar este terreno, muchas veces desconocido pero con amplias posibilidades de crecimiento profesional y personal: “Por cómo son los territorios donde se emplaza la actividad, la minería se convierte en una gran familia donde las personas se unen debido a las dificultades que presentan estos climas hostiles y áreas remotas”.
Puertas hacia afuera, Facundo y Marie-Pierre también consideran de utilidad que los padres se involucren en la educación y la comunicación sobre la industria minera en diferentes entornos, como la escuela y el club, para ayudar a derribar los mitos existentes y la falta de conocimiento sobre la actividad.
“La mayor satisfacción que nos deja la minería es haber transitado juntos este camino, haber podido compartir el día a día como matrimonio en un entorno muchas veces complejo, pasar buenos y malos tiempos pero siempre con intensidad, con lo que significa la aventura en sí misma de trabajar en esta industria”, culmina Facundo, coincidiendo con Marie-Pierre que “en perspectiva, fue una experiencia siempre disfrutada”.