Josefina Martínez trabaja en áreas comúnmente destinadas a varones, pero supo ganarse su lugar hasta convertirse en la primera mujer perforista en una minera que extrae oro y plata. «Yo visualicé esto y no paré hasta conseguirlo», comenta.
Vía Nazarena Malatesta, La Opinión Austral
Josefina tiene poco más de 40 años, estatura mediana y no pesa más de 60 kilos. Nos encontramos y saluda con una sonrisa enorme, lleva puesta la campera del trabajo y, probablemente, a primera vista nadie se la podría imaginar operando maquinaria pesada.
Acompañan su camino sus dos hijos. La mayor estudia en Córdoba y el más chico vive con ella en Caleta Olivia. Llegó a la provincia de Santa Cruz hace 15 años y al tiempo se separó, pero eligió quedarse allí y apostar por una vida de sacrificio y superación.
«Acá podés disfrutar de unos cielos hermosos, paisajes que no ves en otros lugares», cuenta sobre las bondades de la provincia. Sus primeros trabajos fueron en una estación de servicio, y con el tiempo fue metiéndose adentro en terrenos que, generalmente, son ocupados por varones.
Para cualquier mujer es complejo entrar a este tipo de espacios, sobre todo porque más allá de que exista un avance en políticas de inclusión y género, no dejan de ser lugares que históricamente ocuparon los hombres. El pasado 1 de marzo, la gobernadora Alicia Kirchner, durante el discurso de apertura de sesiones legislativas, dejó un dato que no es menor y que da cuenta de esta evolución: “La minería en nuestra provincia avanza con la incorporación de la mujer que se traduce en 759 puestos de trabajo”.
Si bien es la base para empezar a marcar un camino distinto, en el terreno aún hay muchas barreras que sortear. Y Josefina puso en la mira ese objetivo: «Yo visualicé esto. Yo quería estar ahí», explica. Pero para llegar a ser la primera mujer perforista en la mina hubo todo un camino por recorrer, pero por sobre todo, de persistencia.
«Después de esa primera experiencia en la estación de servicio empecé a trabajar en empresas con petroleros, siempre en el sector de administración. Pero empecé a ahondar en la parte operativa”. Josefina sabía, desde un primer momento, a qué cosas se enfrentaba, pero nunca lo sintió como un impedimento, sino como un desafío. Así, cinco años atrás, le ofrecieron un trabajo radicado en Caleta Olivia, pero para Comodoro Rivadavia.
El ofrecimiento era para ser operaria en una petrolera, trabajaba con camiones y volquetes. Tenía el carnet porque estaba en una empresa que hacía transporte de personal y de equipos, pero no era más que eso, un carnet común para manejar una camioneta.
El trabajo, sin embargo, se cayó al poco tiempo. Así que empezó un nuevo rumbo en un empresa de logística, nuevamente en el área administrativa. «Ahí la peleo hasta que me paso al sector de choferes, no quería saber nada de estar con papeles. Empecé a ver a la minería como una posibilidad, vi cómo funcionaban y me incentivó, pero justo llegó la pandemia”.
No conformarse
Para Josefina la clave fue siempre estar en movimiento. Pandemia mediante, se anotó para entrar en una minera y, al tiempo, recibió un llamado desde Puerto Deseado, aunque todo quedó en pausa por una nueva irrupción de COVID-19.
«Yo no me quería quedar esperando y seguí trabajando en otra empresa manejando máquinas. Empecé con retroexcavadoras y palas cargadoras. Hice unos cursos en Neuquén, la mayoría me miraban sorprendidos porque eran todos hombres y yo era la única mujer», recuerda Josefina.
La parte teórica le resultaba fácil, aunque la práctica le implicó un desafío. «Ellos ya venían manejando porque iban a renovar su carnet, pero para mí la parte práctica era todo nervios. Sin embargo rendí y me dieron el carnet para operar flota pesada», relata.
Ya tenía un paso ganado: «Con eso yo ya me proyectaba en la mina, trabajando de esa forma. Yo quería hacer eso». En aquel momento, en la empresa donde trabajaba, manejaba una camioneta y viajaba por toda la provincia: “Mientras iba en la ruta miraba las maquinarias a lo lejos y decía para mis adentros: ‘yo voy a estar ahí algún día, no sé cómo, pero voy a estar ahí’”.
Con la pandemia aún encima comenzó a trabajar en Newmont. Su currículum, hasta entonces sellado por trabajos administrativos, estaba a punto de modificarse para siempre. «Ahí me lancé a la parte operativa, así que hice cursos, capacitaciones y un montón de cosas para lograrlo», detalla. «Cuando entré a trabajar de forma subterránea era la única mujer. Tardé en caer en esa realidad”.
«Yo nunca había trabajado en operaciones mineras. La sensación de meterse bajo tierra es impresionante, no sabes cómo va a responder tu cuerpo, si te faltará el aire, si hará calor”, relata Martínez, quien agrega que su presencia hizo necesaria la instalación de un baño químico exclusivo para ella: “Se empezó a reestructurar todo en la mina, al ser la primera mujer, se abrió un lugar para este tipo de transformaciones”.
Esa fue, quizás, la acción más concreta de lo que representó para Josefina su lucha, pero también un reflejo del estado actual de las cosas. «Cuando trabajás con hombres tenés que ganarte el respeto y la confianza. Yo creo que no se logra nada imponiendo, y que sólo el trabajo duro es el que termina dándote algún tipo de crédito”.
Con el paso de los días fue conociendo el lugar y la forma de trabajo. Josefina recuerda al equipo de perforación como “un taladro gigante manejado con una consola”, parte de una operación que requiere más precisión que fuerza, “salvo cuando es necesario acomodar la posición de la maquinaria”.
Superado el primer desafío de entrar a una mina, se lanzó como perforista. No había, ni hay, antecedentes de una mujer en esa área: «Hacía mi trabajo, repartía a la gente y me iba al lado de los equipos a ver cómo trabajaban. Me paraba allí todos los días y observaba lo que hacían, hasta que un día me animé a hacer el curso. Fue la primera vez en 25 años que mi instructor tuvo una mujer en la clase”. Hace tres meses, Josefina se recibió de operadora y se transformó en la primera mujer perforista en una compañía minera en Santa Cruz. Además, se especializó en la brigada y también pertenece al Equipo de Rescate Minero (ERM), siendo, una vez más, la única mujer en ese espacio. «Valoro llegar a esta edad y tener este trabajo, donde tengo estas oportunidades, la inclusión es la clave», asegura. «Hay paradigmas que se están empezando a romper. Si lo vas a hacer, hacelo de forma inteligente. Tené la seguridad de que vas a llegar».