Del 1 al 7 de agosto se celebró la Semana Mundial de la Lactancia Materna, una iniciativa que permitió poner en relieve el desafío de garantizar la igualdad de oportunidades y la sostenibilidad del empleo femenino en ramas masculinizadas. En Argentina, las mujeres dedican el doble de tiempo que los varones en tareas de cuidado no remuneradas, y amamantar conlleva casi el mismo tiempo que un trabajo a jornada completa.
Por María de las Nieves Puglia, Coordinadora de investigación en Géneros en Fundar
Vía Perfil, con edición de WIM Argentina
El clima es áspero y Laura está a más de 200 kilómetros de casa. Eligió ser conductora de camiones fuera de ruta en la mina porque la formación técnica era corta, el trabajo seguro y el salario, alto. El régimen de trabajo es de 14×14: pasa 14 días en la mina y 14 días en casa. Está volviendo de la licencia de 90 días luego del parto de su cuarto hijo y se encuentra frente a una situación difícil: tiene que dar la teta, pero ni la mina ni los horarios del trabajo están preparados para que la lactancia sea parte de su vida laboral.
En la industria minera alrededor del 11% de los puestos de trabajo son ocupados por mujeres. Si hacemos una proyección simple en base a lo que sabemos del sector, tendríamos que esperar a 2037 para alcanzar solo el 30% de participación femenina. La paridad la tenemos muy lejos. Pero la mina no sólo es un espacio de hombres porque son la enorme mayoría, sino que no está preparado para garantizar el ingreso ni la sostenibilidad de mujeres y otras identidades.
“Las mujeres humanizan la mina”, es un sentido común frecuente que las mismas mineras hacen circular acerca de su entrada en estos espacios. Con ellas, los accidentes de trabajo bajan en igual medida que los chistes machistas. Cuando Laura empezó a manejar camiones, era la única mujer en todo el campamento y todavía no existían los baños diferenciados por género. Tener un baño propio al bajar de la máquina fue toda una conquista.
Tiempo después de incorporarse, los hombres aprendieron que algunos chistes y códigos para relacionarse ya no eran apropiados. A pesar de eso, Laura siente que tiene que transpirar el puesto para mostrar que es legítimamente suyo y que puede hacer “el mismo trabajo que un hombre”. Ser minera es casi tan importante como parecerlo y, para llegar a eso, hay que mostrar que se puede hacer lo mismo y más que el género que domina el conteo de cabezas en el campamento.
En sus inicios, la gestión menstrual fue compleja al no existir una infraestructura preparada en sitio. Tampoco había lactarios con todo el mobiliario necesario: esto es, un dispositivo de extracción personal, un sillón y una heladera para conservar la leche. La organización de la lactancia era imposible y la de los cuidados aún más. Siguiendo su historia, Laura había conseguido que su hermana cuidara a sus hijos algunas horas del día, pero la mayor parte del trabajo se lo llevaba la de 16, que se encargaba de sus hermanitos.
El descanso, territorio de explotación masculina
Laura quiere, además, pasar de conducir camiones a manejar explosivos en la mina. Para eso tiene que estudiar una tecnicatura en su tiempo fuera del campamento. También estuvo conversando con sus compañeros y quiere unirse al sindicato. Pero todo eso que los varones hacen en sus 14 días de descanso a Laura le causa un poco de gracia.
Cuando deja el campamento empieza su otro trabajo, el que no puede dividir en jornadas de 12 horas porque es 24/7. Según la plataforma documental Comadre, la producción de leche consume el 25% de la energía corporal, mientras que dar de mamar durante un año toma 1.800 horas, casi lo mismo que un trabajo de tiempo completo.
Las minas están llenas de Lauras. Una encuesta reciente de la asociación Women in Mining Argentina muestra que entre las que se alejaron de la industria el 21% lo hizo cuando fueron madres, que el 45% de las mineras cuenta solo con su ingreso para el cuidado de las personas a cargo, y que el 43% cree que es inviable compatibilizar el sistema roster con la carga de cuidados.
La vida de Laura como trabajadora de una mina abre una pregunta que pocos se hacen y que tiene, por ahora, pocas respuestas. La Semana Mundial de la Lactancia brinda la oportunidad de recordar que el desafío no es sólo distribuir las oportunidades de empleo simétricamente, sino garantizar la sostenibilidad de las trayectorias profesionales de las mujeres. Las políticas de cupo femenino, de reclutamiento orientado y de promoción de ingreso de mujeres a la formación superior no soluciona el problema. Mucho ya se ensayó y no alcanza. Hace falta más imaginación.
Existen algunas iniciativas de acompañamiento a la extracción, almacenamiento y distribución de la leche materna hacia los puntos urbanos donde se encuentran sus hijos. Esto requiere ingeniería institucional y presupuesto, pero ciertamente es un lugar por donde empezar a responder la pregunta que Laura deja en el aire.